EN 1992, un buque perdió en el Pacífico 29.000 patitos, tortugas, castores y ranas para jugar en la bañera. El oceanógrafo Curtis Ebbesmeyer les ha seguido la pista por el Polo Norte y el Atlántico, y asegura que algunos llegarán a España. Gracias a él hoy se conocen mejor las corrientes oceánicas.
(Este artículo es del 2003 y sale a la luz por el anuncio del SEAT Toledo)
Como todas las buenas historias, ésta comienza en una furiosa noche de tormenta. En enero de 1992, un buque de carga que había zarpado de Hong Kong rumbo a América se averió en medio del Océano Pacífico, cerca de la línea internacional de cambio de fecha, donde se separan los hemisferios occidental y oriental. Por culpa de los violentos balanceos del barco, algunos de los contenedores se desprendieron de sus amarras y cayeron al agua. Uno de ellos se abrió vertiendo su cargamento: 29.000 juguetes de plástico para la bañera.
Empujada por el viento y las corrientes oceánicas, esta flotilla de patos amarillos, castores rojos, ranas verdes y tortugas azules, empezó uno de los periplos más grandes del mundo, una travesía que ahora puede estar llegando a su fin. Al cabo de más de 11 años y varios miles de millas, los científicos creen que los juguetes han seguido su camino hacia la costa occidental de Norteamérica, a través de las aguas heladas del Polo Norte, y ahora probablemente se encuentren en su recorrido final por el Atlántico norte. Cualquiera de estos días podrían aparecer en las costas de Gran Bretaña o Galicia.
La travesía no ha sido precisamente un crucero de placer; los juguetes también han trabajado durante su viaje. Observando el lugar y el tiempo en que aparecen las criaturas de plástico en las playas, los científicos han podido estudiar las corrientes oceánicas de una manera que no había sido posible antes. Además de haber ayudado a los expertos a conservar las reservas de pescado y a entender mejor los efectos del calentamiento de la Tierra, los patos y sus amiguitos de plástico han colaborado incluso en la investigación de varios asesinatos durante el viaje.
«Sabemos muy poco de la forma en que los vientos y la corriente empujan a la deriva objetos como barcos abandonados y cuerpos humanos», dice Curtis Ebbesmeyer, un oceanógrafo de Seattle que se ha encargado de seguirles la pista a los patos. «Es un punto ciego en la oceanografía, ya que a los oceanógrafos no se les da bien medir con exactitud en la superficie del mar».
Y es aquí precisamente donde entran en escena los juguetes. Ebbesmeyer y su colega, James Ingraham, un científico del Servicio de Pesca de la Marina Nacional, han registrado cuidadosamente las veces que los juguetes han sido vistos. El primer informe tuvo lugar en noviembre de 1992, cuando aparecieron seis en Alaska, a 3.200 kilómetros del lugar donde cayeron al océano. El dúo puso en alerta a los encargados de limpiar las playas, a los fareros y además puso un anuncio en los periódicos locales. Al año siguiente consiguió seguir la pista de cientos de juguetes a lo largo de 850 kilómetros de costa.
Ebbesmeyer e Ingraham introdujeron los resultados en un programa de ordenador, diseñado por este último, para simular el movimiento de la superficie del mar cuando ésta es sacudida por los vientos.El modelo informático, llamado Oscur o Simulador de Corrientes de la Superficie Oceánica, utiliza mediciones de presión atmosférica que se remontan a 1967 para calcular la velocidad y dirección del viento, así como las corrientes producidas en la superficie.«Anotamos los cambios en la circulación oceánica año tras año y luego los aplicamos a la resolución de problemas de la pesca», dice Ingraham. Las corrientes de la superficie mueven más o menos los primeros 50 metros de mar, lo cual es importante para la pesca, ya que ahí se encuentran los huevos y larvas de los peces.«Dedicarme a la investigación de los restos del mar arrastrados por las corrientes es una especie de hobby que cada vez resulta más divertido» dice.
Los informes de los juguetes fueron útiles en dos sentidos: en primer lugar, permitieron a los especialistas comprobar los resultados de su modelo informático y mejorarlo. Al determinar con precisión el lugar exacto donde cayeron al mar según el cuaderno de bitácora del barco, Ebbesmeyer e Ingraham pudieron comprobar la exactitud de las predicciones del ordenador acerca del lugar y la fecha en que tocarían tierra, y la coincidencia con los hallazgos actuales en la costa de Alaska.
En segundo lugar, los investigadores programaron la simulación por ordenador para unos años más adelante y, de esa forma, poder ver hacia dónde se dirigirá la minúscula flota.
La última vez que se divisaron los juguetes fue hace tres semanas en Alaska, pero el ordenador predice que algunos deben estar probablemente flotando en dirección sur rumbo el este asiático y Hawai. Otros deben estar navegando hacia el norte, pasando por el Mar de Bering. Desde este punto las corrientes deberían haberlos conducido, a través del Estrecho de Bering, al Océano Artico a mediados de los 90.
POR EL ATLANTICO
Ahí acaban las predicciones del ordenador, pero los investigadores creen que después de pasar el helado Océano Artico los juguetes habrían tardado unos cinco años en viajar a través del hielo.
«Se habrían quedado atascados en el hielo, y el hielo se mueve 1.609 metros al día», dice Ebbesmeyer. A este paso, la flotilla de colores debería haber emergido en las costas del norte del Atlántico en algún momento del año 2001, con destino a las costas del este de América, o a las playas de Islandia y Groenlandia, para bajar después hacia Gran Bretaña y España. «Deberían haber aparecido allí más o menos el año pasado; de hecho, van con retraso» dice. «No van a llegar a la costa como una gran flota, pero ya deberían andar por ahí».
Ebbesmeyer cree que unos cuantos cientos de juguetes han debido atravesar el hielo hasta el Atlántico, pero hasta ahora no se ha confirmado que se haya visto alguno en ninguna costa.
«He estado recogiendo informes del Atlántico. La gente me envía por correo patos del norte del Atlántico, pero nunca son de la especie adecuada». Los patos que está esperando están marcados con la inscripción de los primeros años, se habrán descolorido y ahora deben ser blancos. Los castores rojos han perdido también su color original; sin embargo, las tortugas seguirán siendo azules y las ranas verdes.
La idea de que estas piezas de plástico de cinco centímetros hayan conseguido sortear el Círculo Artico puede parecer un poco rebuscada, pero el calentamiento de la Tierra indica que es «perfectamente posible», dice Roger Proctor, del Laboratorio Oceanográfico Proudman, en Birkenhead (Inglaterra).
«Se trata de un fenómeno nuevo debido al derretimiento del hielo», dice. «Están apareciendo objetos del Pacífico en el Mar del Labrador que atraviesan el norte de Canadá por el paso del noroeste».A partir de ahí sólo hay unos cuantos meses de dura travesía hacia las aguas abiertas del Océano Atlántico».
Proctor, que también trabaja con simulaciones de circulación y corrientes oceánicas por ordenador, advierte que será difícil obtener algún dato científico de utilidad con los patos que pueda encontrar la gente en Blackpool o Greenock (Inglaterra). «Los juguetes llevan demasiado tiempo en el mar y nadie sabe con certeza lo que ha sido de ellos desde que cruzaron Alaska. Puede que muchos hayan permanecido meses enterrados en una playa hasta la llegada de una tormenta grande. Es muy difícil reconstruirlo todo en un ordenador sin tener medios para verificar la información».
Para el control de las corrientes oceánicas los oceanógrafos suelen utilizar aparatos más sofisticados como las boyas con dispositivos de rastreo por satélite. Pero éstas son muy caras -hasta 1.650 euros cada una- y esto significa que se pueden desplegar sólo unos cientos de ellas en un lugar al mismo tiempo. Ebbesmeyer acepta que es mejor utilizar las boyas, «pero también se pueden obtener resultados óptimos con un gran número de objetos flotantes».
La lista de estos objetos es interminable. Igual que hicieron siguiendo el rastro de los patos y sus amigos, Ebbesmeyer e Ingraham han observado el recorrido flotante de 100.000 globos y coches de juguete, 34.000 guantes de hockey y cinco millones de piezas de Lego que han sido vertidos al mar. Ultimamente han recopilado información de unas 33.000 zapatillas Nike que se cayeron de un barco en la costa de California en diciembre del año pasado.Y no es ésta la primera vez. En 1990, esta compañía de calzado deportivo perdió 80.000 zapatillas más allá del Pacífico. Al cabo de dos años, la mercancía apareció en Hawai. A pesar de llevar tanto tiempo en el agua, el calzado todavía se podía usar, siempre y cuando se encontrara el par correspondiente, porque no iban atados.
No es que Nike sea particularmente descuidada con su mercancía.Es que es una de las pocas empresas que se pone en contacto con Ebbesmeyer cada vez que pierde cargamento.
En este caso los investigadores trazaron un punto de amerizaje de unas 1.600 zapatillas -aproximadamente un 2% del calzado que cayó al agua-, como un índice de rescate adecuado para cualquier oceanógrafo que deje deliberadamente objetos en el mar para medir las corrientes oceánicas.
Todo parece muy divertido, pero Ebbesmeyer señala también que hay un aspecto más serio en este trabajo, haciendo hincapié en los riesgos que representan los miles de contenedores que se caen de los barcos. «Hay 50 grandes contenedores de acero flotando en el Atlántico. Un verdadero peligro», dice. «Las compañías de contenedores no me lo reportan porque no les gusta hablar de estos accidentes». Ebbesmeyer calcula que al año se pierden entre 2.000 y 10.000 contenedores, muchos de los cuales se abren y vierten su contenido al mar.
Estos experimentos accidentales han ayudado a la pareja de Seattle a mejorar su sistema informático de tal forma que ahora pueden predecir el recorrido de un objeto durante las siguientes décadas.«Estamos comprobando que los objetos arrastrados por la corriente pueden permanecer en el mar hasta 30 años sin tocar tierra», comenta.
Las cosas que caen en un lugar específico serán absorbidas por una interminable órbita elíptica entre Norteamérica y Japón.«Sólo unos pocos dan vueltas y vueltas y nunca llegan a la orilla, y éste es un resultado totalmente inesperado», añade.
No es tan fácil hacer un modelo informático de los objetos que son arrastrados por la corriente. Algunos flotan más arriba o más abajo, viajando así a diferente velocidad, según sople más o menos el viento. Para contrarrestar esto, el modelo le asigna a cada objeto un factor de viento: los patos viajan dos veces más rápido que el agua, mientras que una zapatilla deportiva Nike va un 20% más rápido.
CADAVERES FLOTANTES
En este sentido, la simulación por ordenador utilizada con los patos puede predecir el movimiento de otros objetos que puedan caer al agua, como es el caso de un cuerpo humano.
Ebbesmeyer dice que ha colaborado con la policía para seguir la pista de restos humanos flotantes en algunas investigaciones, una de las cuales sigue todavía abierta.
En 1982 apareció en Hawai un cadáver vestido con uniforme de marino al que le faltaba el brazo izquierdo. Al programar el ordenador hacia atrás a partir de esa fecha, Ebbesmeyer calculó que el cuerpo cayó al agua tres años antes en Alaska, cerca del Mar Artico. «Todavía estoy intentando averiguar quién era», dice.El ordenador también predijo el lugar donde reposaban los restos de George Karn, un marinero que cayó al agua en un accidente de barco en el Mar de Bering en 2002. El mes pasado aparecieron la mandíbula de Karn y el chaleco salvavidas en una isla remota de Alaska. «Nos imaginamos el lugar donde se incendió el barco y programamos el ordenador hacia adelante», cuenta. «Fue directamente a la isla donde se encontraron los restos».
Ebbesmeyer también sigue el rastro de hallazgos menos desagradables, como el de un barco vacío y cubierto de percebes que apareció el mes pasado en Land's End (Estados Unidos). Resulta que el barco, bautizado con el nombre de El Intrépido, llevaba a la deriva nada más que 927 días después de que se desprendiera de un yate de lujo en una tormenta en el Triángulo de las Bermudas, en noviembre del año 2000.
De momento, lo que realmente quiere Ebbesmeyer es tener noticias de un patito amarillo, de una rana, de un castor o de una tortuga.«La persona que encuentre el primer juguete va a causar sensación», dice. No se ofrece ninguna recompensa, pero el descubridor podría hacerle famoso, por lo menos en los círculos de los limpiadores de playas. Los hallazgos deberán enviarse a su casa de Seattle para verificarlos. «Necesito asegurarme de que el pato es auténtico, pero se lo devolveré a quien lo envíe en cuanto haga los análisis correspondientes. Lo prometo».
Para comunicar los hallazgos de patos u otros juguetes a la deriva, dirigirse a Curtis Ebbesmeyer en www.beachcombers.org
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