Pongo un extracto del post ¡Fascista! del blog Historias de España.
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Todo empezó porque Hugo Chávez se refirió por tres veces al ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, motejándolo de fascista. Y este es el punto en el que el presidente venezolano sacó los pies del plato; porque ser fascista es algo muy concreto, tan concreto que hay países del orbe occidental donde serlo es delito. Y, por lo tanto, cuando se acusa a alguien de ser fascista, lo menos que se puede hacer es, al punto, demostrar la acusación con hechos y palabras indubitables.
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Ser fascista, por lo tanto, es ser ultranacionalista, antiparlamentario, partidario del colectivo y no del individuo, exaltador de la violencia y de la dominación del diferente, racista y xenófobo. Para ser fascista hay que ser todo eso. Decir de alguien que es fascista, pues, es un insulto muy grave. Decirlo tres veces, tres insultos muy graves.
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Pero lo que ha de quedar meridianamente claro es que cuando alguien opina algo pero te permite discrepar, no es fascista. Cuando alguien no pretende imponer sus criterios mediante el uso de la violencia, no es fascista. Cuando alguien no propugna de todos los ciudadanos debieran supeditar su libertad, sus acciones y su albedrío a una Idea, no es fascista.
Y si no nos damos cuenta de esto, seguiremos usando la palabrita a humo de pajas, y todo lo que conseguiremos es que cada vez signifique más cosas distintas, o sea no signifique ninguna.
Y eso, es decir que la palabra fascista en el fondo no signifique nada, es, exactamente, lo que quieren los fascistas.
Todo empezó porque Hugo Chávez se refirió por tres veces al ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, motejándolo de fascista. Y este es el punto en el que el presidente venezolano sacó los pies del plato; porque ser fascista es algo muy concreto, tan concreto que hay países del orbe occidental donde serlo es delito. Y, por lo tanto, cuando se acusa a alguien de ser fascista, lo menos que se puede hacer es, al punto, demostrar la acusación con hechos y palabras indubitables.
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Ser fascista, por lo tanto, es ser ultranacionalista, antiparlamentario, partidario del colectivo y no del individuo, exaltador de la violencia y de la dominación del diferente, racista y xenófobo. Para ser fascista hay que ser todo eso. Decir de alguien que es fascista, pues, es un insulto muy grave. Decirlo tres veces, tres insultos muy graves.
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Pero lo que ha de quedar meridianamente claro es que cuando alguien opina algo pero te permite discrepar, no es fascista. Cuando alguien no pretende imponer sus criterios mediante el uso de la violencia, no es fascista. Cuando alguien no propugna de todos los ciudadanos debieran supeditar su libertad, sus acciones y su albedrío a una Idea, no es fascista.
Y si no nos damos cuenta de esto, seguiremos usando la palabrita a humo de pajas, y todo lo que conseguiremos es que cada vez signifique más cosas distintas, o sea no signifique ninguna.
Y eso, es decir que la palabra fascista en el fondo no signifique nada, es, exactamente, lo que quieren los fascistas.
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